No hay géneros definidos,
ni límites entre lo orgánico y lo simbólico,
entre lo ancestral y lo contemporáneo.

Todo habita el mundo de aquí y del presente.

El cuerpo se vuelve tubérculo,
el ritual se vuelve íntimo,
y lo escultórico, biográfico.

Es un cuerpo que ya no responde a una única identidad.
Lo que parecía simétrico, se curva.
Lo que era estable, se ladea.
Lo que estaba lleno, se vacia.

Hay en la forma, una pulsión que no busca encajar.
Porque lo que muta, resiste.
Y lo que no encaja, florece.

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